Esta noche las fachadas del centro de Delft y las caras de los que por ahí paseen se iluminarán con miles de velas para celebrar la llegada de la navidad. Un gran árbol en la plaza del mercado encenderá sus luces, complementando la aguja de la iglesia nueva, que normalmente domina el espacio. El olor a vino caliente con canela calentará los pies de aquellos que hayan ido a patinar sobre hielo a la pista que hay un par de calles más allá. Todavía es demasiado pronto para hacerlo en los canales. Tiene que hacer más frío. El mercadillo navideño llenará los huecos que no atiborren los visitantes. Lo veré, dando vueltas sobre mí misma desde la rosa de los vientos hecha en piedra en el suelo que hay en el centro geométrico de la plaza.
Se acercan las vacaciones y ya se nota. Las pausas para un café durante el trabajo son cada vez más frecuentes, se empieza a hablar de los planes las próximas semanas, cuesta concentrarse en la presentación del viernes. Personalmente, no puedo esperar a que llegue: luego toca fiesta de despedida hasta el año próximo con la gente de aquí y, al día siguiente, de vuelta a casa.
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